INSTITUTO DE INDOLOGÍA

 

PENSAMIENTOS

Jiddu Krishnamurti

 

Alimentar a un pobre es bueno, útil y noble; pero alimentar su alma es todavía más noble y más útil que alimentar su cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de un necesitado, pero tan sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si sois sabios, vuestro deber es ayudar a otros en el logro de la sabiduría.

En el mundo hay dos clases de seres: los sabios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre profese, la raza a que pertenezca importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan divino.

 

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Dios es tanto sabiduría como amor y cuanta más sabiduría alcancéis, mejor podréis manifestar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer lugar, estudiad lo que os ayude a ayudar a los otros. Estudiad pacientemente, no porque los hombres os llamen sabios ni aun por tener la dicha de serlo sino porque tan sólo el sabio puede ayudar sabiamente. Por mucho que deseéis ayudar, si sois ignorantes podréis hacer más mal que bien.

 

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Por sabios que seáis, tenéis mucho que aprender en este sendero y por esto también en él es preciso el discernimiento. Debéis pensar cuidadosamente lo que es mejor que aprendáis. Todo conocimiento es útil y llegará un día en que lo alcancéis; pero mientras tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea la más útil.

 

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Los hombres han cometido muchos crímenes en nombre del Dios de Amor, movidos por la pesadilla de la superstición; cuidad mucho de que no quede en vosotros ni el más leve vestigio de ella.

 

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Todas estas personas tratan de excusar su brutalidad con la costumbre; pero un crimen no deja de serlo porque muchos hombres lo cometan. El karma no tiene en cuenta las costumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible.

 

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En el mundo hay muchos pensamientos falsos, muchas supersticiones necias y nadie que esté esclavizado por ellas puede progresar. Así, pues, no debéis sostener una idea precisamente porque otros la sostienen, ni porque se haya creído en ella durante siglos, ni porque esté escrita en algún libro que los hombres tengan por sagrado. Debéis pensar acerca de aquel asunto por vosotros mismos y juzgar si es razonable. Recordad que la opinión de un millar de hombres acerca de algún asunto que desconozcan no tiene ningún valor. Los que piensan hollar el Sendero deben aprender a pensar por sí mismos, porque la superstición es uno de los mayores males del mundo, una de las ligaduras de que totalmente debéis desembarazaros.

 

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Apartad vuestra mente del orgullo, porque el orgullo es hijo de la ignorancia. El ignorante cree ser grande, cree que ha hecho esta o aquella gran cosa; el sabio sabe que tan sólo Dios es grande y que sólo Él es el hacedor de todas las cosas buenas y perfectas.

 

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También debéis distinguir en otro sentido. Aprended a reconocer a Dios en todos los seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan presentar en la superficie.

 

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El cuerpo es distinto del hombre y la voluntad del hombre no siempre coincide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis. Porque vosotros sois Dios y queréis únicamente lo que Dios quiere; así, debéis buscar profundamente en vosotros mismos para hallar el Dios interno y escuchar Su voz, que es vuestra voz. No confundáis con vosotros mismos ni vuestro cuerpo físico, ni vuestro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de ellos pretenderá ser el yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y reconoceros por su dueño.

 

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Hay muchos individuos para quienes la cualidad de la carencia de deseos es verdaderamente difícil, porque sienten que sus deseos son ellos mismos y que si desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de existir su yo.

 

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Cuando desaparezcan todos los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el deseo de ver los resultados de vuestra obra. Si ayudáis a alguien, querréis ver en cuánto lo habéis ayudado; aun tal vez queréis que aquel a quien habéis ayudado, también lo vea y os lo agradezca. Esto es todavía deseo y, además, falta de confianza.

 

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A un hombre no le debe importar lo más mínimo cuanto provenga del exterior: tristezas, disgustos, enfermedades, pérdidas; todo esto nada debe significar para él ni ha de permitir que perturbe la calma de su mente. Estas cosas son resultado de pasadas acciones y, cuando sobrevengan, debéis soportarlas con calma, recordando que todo mal es transitorio y que vuestro deber es permanecer siempre contentos y serenos. Aquello pertenece a vuestras vidas anteriores, no a ésta; no podéis alterarlo y, así, es inútil preocuparse por ello. Pensad, mejor, lo que hacéis ahora, lo cual determinará los acontecimientos de vuestra próxima vida, pues esto sí podéis modificarlo.

 

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Debéis sobrellevar alegremente vuestro karma, cualquiera que sea, aceptando como un honor que el sufrimiento caiga sobre vosotros, porque esto demuestra que los Señores del Karma os consideran dignos de ayuda.

 

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Si deseáis entrar en el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de vuestros actos, para que no seáis culpables de crueldad irreflexiva.

 

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No deseéis poderes psíquicos. Además, es esforzarse en adquirirlos trae consigo muy a menudo gran perturbación; frecuentemente, a su poseedor le descarrían los falaces espíritus de la naturaleza o se envanece y cree que él no puede caer en error; y el tiempo y el esfuerzo que emplea para alcanzar estos poderes podría emplearlos de cualquier otro modo en trabajar para los demás. Los poderes vendrán en el curso del desarrollo. Hasta entonces, estaréis mejor sin ellos.

 

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Se obtiene gran felicidad de no querer algo, de no ser algo, de no ir a algún sitio.

 

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Debéis desechar toda idea de posesión. El karma puede arrebataros las cosas que más queráis y hasta a las personas que más améis. Aun entonces debéis permanecer alegres, dispuestos a separaros de todo. A menudo el Maestro necesita verter su fuerza sobre otros por medio de su discípulo e incondicional servidor; y si éste cayese en la depresión no podría Él realizarlo. Así, la alegría debe ser vuestra norma.

 

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Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden encontrarse las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo y, por lo tanto, no es real. Hay bienes mayores, reales y perdurables; cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.

 

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Debéis saber que no hay ceremonias necesarias; de otro modo os consideraríais algo mejores que los que no las practican. Sin embargo, no debéis vituperar a los que aún las necesitan. Dejadles hacer su voluntad; pero ellos no deben atacaros a vosotros, que sabéis la verdad, ni deben tratar de imponeros aquello que habéis trascendido. Sed indulgentes y bondadosos en todo.

 

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Quizá os parezcan absurdas algunas de vuestras antiguas creencias y ceremonias; tal vez lo sean en realidad. Pero, aunque ya no toméis parte en ellas, respetadlas por consideración a aquellas buenas almas para quienes todavía tienen importancia. Ellas tienen su lugar y su utilidad, como la falsilla le sirve a un niño para escribir derecho, hasta que aprende a escribir mejor y con mayor igualdad sin ella. Hubo un tiempo en que las necesitasteis, pero ya pasó aquel tiempo.

 

 

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El principio de la meditación es el conocimiento de sí mismo. Cuando las actividades del yo han cesado, sólo entonces hay silencio. Ese silencio es la verdadera meditación y, en ese silencio, lo eterno se manifiesta.

 

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En primer lugar, la mente debe estar callada, prestando la máxima atención, pero sin calificar, comparar ni desear nada. Ese estado de atención en el que el “yo” se encuentra totalmente ausente, es meditación.

 

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Tal como nos lavamos todos los días, así también tiene que existir la acción de sentarse quietamente con otros o a solas. Esta soledad creativa no puede ser sustituida por la enseñanza o impulsada por la autoridad externa de la tradición o inducida por la influencia de aquellos que desean sentarse quietamente, pero son incapaces de permanecer solos. Esta soledad ayuda a la mente a que se vea con claridad a sí misma como en un espejo y a que se libere del inútil esfuerzo de la ambición con todas sus complejidades, temores y frustraciones que son el resultado de la actividad egocéntrica.

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Ante todo permanezcan así sentados en completa quietud, cómodamente, muy serenos, relajados; les mostraré: Ahora, miren los árboles, las colinas, la sombra de esas colinas, mírenlas, miren la cualidad de su color, obsérvenlas. No me escuchen a mí. Observen y vean esos árboles. No los miren con la mente, sino con los ojos. Después de haber mirado todos los colores, la forma del suelo, de las colinas, de las rocas, la sombra que proyectan, trasládense entonces de lo externo a lo interno y cierren los ojos, cierren los ojos completamente. Han terminado de mirar las cosas exteriores y ahora, con los ojos cerrados, pueden mirar lo que ocurre dentro. Observen lo que ocurre dentro de ustedes, no piensen, sólo observen, no muevan los globos oculares, manténgalos muy, muy quietos, porque ahora no hay nada que ver con ellos, ustedes han visto las cosas que les rodean, ahora están viendo lo que ocurre dentro de la mente, y para ver lo que ocurre dentro de la mente deben estar muy quietos en lo interno. Y cuando hacen esto, ¿saben lo que les sucede? Se vuelven muy sensibles, muy atentos a las cosas externas e internas. Entonces descubren que lo externo es lo interno, descubren que el observador es lo observado.

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